Las gafas son el tratamiento para anomalías visuales más antiguo que se conoce.
Hoy día, su uso va en función de las expectativas de tratamiento que observe el óptico-optometrista, y no sólo son utilizadas para compensar un determinado defecto de refracción, comomiopía, hipermetropía o astigmatismo — para compensar esas anomalías de refracción, se pueden utilizar lentes monofocales, bifocales y progresivos — sino que también en la actualidad se utilizan como elemento preventivo, sobre todo en determinados tipos de miopía, disfunciones acomodativas y problemas de la visión binocular.
En unas gafas tan importante es el tipo de lente como las prestaciones y tratamientos ópticos que debe llevar, como el antirreflejante, ya que al disminuir al máximo los reflejos, estas lentes eliminan deslumbramientos e incrementan el contraste; los coloreados especiales; los filtros ultravioleta, etcétera), según el uso que se le vaya a dar. No es lo mismo la utilización que puede darle a unas gafas una persona jubilada que el uso que pueda hacer de las mismas un estudiante al que le gustan los deportes de invierno. Su óptico-optometrista estudiará el caso en cuestión y aconsejará la mejor solución posible. Por supuesto, también será importante el tamaño y la forma de la montura no sólo por la estética o por nuestro trabajo y aficiones, sino también para que se consiga igualmente una visión cómoda y eficaz.
La constante evolución, hace que las lentes de hoy hayan mejorado considerablemente tanto en calidad como en estética y sobre todo en el peso. Las lentes reducidas (de poco espesor y peso) han supuesto una ventaja muy importante. Estas lentes han resuelto el problema de la presbicia y han hecho casi desaparecer todas las demás existentes con anterioridad. La aceptación por parte del usuario es prácticamente del 90 por ciento y son cada vez menos los casos de inadaptación. Su evolución y desarrollo las han convertido en un producto necesario para la vida de la gran mayoría de las personas mayores de 50 años.